El futuro se define hoy

Por Pablo NoéGerente periodístico [email protected]

Siempre señalamos a los jóvenes como la esperanza del mañana. Sin embargo, pensar en ese escenario implica no solamente una cuestión lógica de tiempo, sino en una inversión que se debe realizar en la formación de los mismos. Así veremos los frutos de esta capacitación en el momento que estén al frente de la administración de los diferentes estamentos sociales.

Por eso, antes que apuntar con el dedo los errores que comenten los adolescentes, deberíamos hacer una autocrítica de la situación en la que nos encontramos como sociedad lo cual arroja hechos de violencia con jóvenes como protagonistas. Intentar comprender el aumento de ese tipo de violencia entre estudiantes requiere de un análisis profundo de las múltiples causas que desembocan en este conflicto.

Si comenzamos el análisis desde las familias podemos notar la ausencia de modelos para guiar la vida de los jóvenes. Padres ausentes, presos de la imperiosa necesidad de juntar recursos, para honrar las cada vez más pesada canasta familiar, así como los gastos que requiere la manutención de cada familia, es una constante que disminuye la calidad de la educación. Si le agregamos la división de la familia tradicional, con padres y madres responsables, que participen en la formación de sus hijos, podemos entender mejor el resultado de la enseñanza hogareña.

Los nuevos tiempos que vivimos, en donde la instantaneidad hace que todos los esquemas paradigmáticos tengan que ser revisados, deriva en una serie de hechos que también inciden. La educación formal debería acercarse cada vez más a esta línea de pensamiento. Es imposible construir cuando existe un divorcio tan grande entre la tecnología como fuente educativa y la práctica que se enseña en las aulas.

Este nuevo ordenamiento comunicacional también hace que sean masivas las informaciones. Desde los estímulos violentos que reciben los chicos, hasta la difusión de un moquete entre compañeros, que tiene alcance mundial por internet. Seguir ignorando o actuando insuficientemente para responder a esta coyuntura es una desidia imperdonable que no podemos seguir cometiéndola.

No podemos olvidar la sociedad que tenemos actualmente. Cuando se enseñorea la impunidad y se establecen fórmulas de éxito fácil como el único camino hacia un reconocimiento social, estamos desviando el destino de nuestros actos. Si funcionamos mal, y no se castiga a los responsables de hechos criminales, no habrá ejemplo que pueda servir para encaminar el rumbo de la sociedad hacia un destino que no sea el de un rotundo fracaso.

Un viejo reproche que varias veces fuera repetido en charlas informales adquiere una fuerza impresionante. “Si tenés demasiado tiempo libre, seguro que vas a mandarte una macana”, escuché muchas veces. Quizá, más que nunca tenga sentido. No existen ámbitos de desarrollo de actividades extracurriculares para los jóvenes paraguayos. No existen espacios de esparcimiento en donde se pueda canalizar positivamente esa energía y rebeldía típica de la edad.

Es de cobardes y necios negar que los principales responsables de esta situación de aumento de violencia entre estudiantes somos los padres, por consecuencia la sociedad en su conjunto. Deberíamos tomar esta realidad como otro de los temas en los que con el tiempo suficiente discutamos las alternativas que puedan reencauzar nuestro camino. Si postergamos este compromiso, no habrá futuro para los jóvenes, ni presente que pueda servir para todos nosotros.

Necesitamos urgentemente un Paraguay en donde los jóvenes no miren al otro como un enemigo al cual se debe vencer, sino a un compañero con el que se pueda construir. Mientras no entendamos esto, seguiremos profundamente equivocados.

LN