Todo (o nada) cambia en Ciudad del Este

Por Andrés Colmán Gutiérrez

En el deteriorado sistema en que se ha convertido la democracia paraguaya, ¿todavía existe la posibilidad de producir transformaciones desde la sociedad y los actores políticos? ¿Aún queda lugar para las utopías?

Lo que viene sucediendo en torno al Gobierno municipal de Ciudad del Este es un interesante laboratorio para entender lo que se puede cambiar… y lo que no. Tras 17 años de haber permanecido en manos de un clan familiar, heredero de una estructura político-mafiosa inventada por la dictadura stronista –cuando la ciudad tenía el nombre y el sello del dictador–, finalmente el hartazgo ciudadano aprovechó una coyuntural situación de quiebre del Partido Colorado para consumar la caída del imperio de los ZI en la administración comunal de CDE.

Las elecciones municipales extraordinarias de mayo último constituyeron toda una sorpresa política. Se esperaba que gane el candidato del oficialismo colorado, que articuló la destitución de la intendenta Sandra McLeod y además tenía toda la maquinaria electoral y hasta la plata de Itaipú disponibles. O en todo caso, el candidato de los liberales, segunda fuerza política. Pero no, los electores le dieron su voto al tercero en la lista, al que tenía menos chances, pero era éticamente mucho mejor: un joven abogado vinculado a grupos sociales independientes, de centro y de izquierda, hasta entonces era prácticamente desconocido a nivel nacional. Fue algo que no sucede mucho últimamente en nuestras elecciones, pero ocurrió nada más y nada menos que en la segunda ciudad más importante del país.

Fue así como Miguel Prieto se convirtió en el primer intendente no colorado de Ciudad del Este. Su elección fue la expresión de una ciudadanía que ansiaba el cambio y votó a conciencia, castigando a los partidos tradicionales y sus banderas manchadas de corrupción.

En poco más de cien días, Prieto mostró avances interesantes, pero también acciones criticables. Se caracterizó por un contacto muy directo con la gente, informando sobre recaudaciones y obras. Descontrató a unos 1.000 funcionarios considerados planilleros y recuperó la administración de la Terminal de Ómnibus, que desde 33 años estaba en manos de una empresa privada, situación que muchos calificaban como un negociado. Sin embargo, el procedimiento con mucho de show mediático y poca rigurosidad jurídica fue muy cuestionado.

El principal inconveniente fue el choque frontal con una mayoría de concejales de la Junta Municipal que respondía al sector político derrotado en las elecciones: el clan Zacarías. Prieto creyó que con apoyo ciudadano y fuertes denuncias mediáticas en contra de quienes se le enfrentaban se abriría paso, pero no fue así. La mayoría opositora empezó a bloquear sistemáticamente cada uno de los proyectos de obras y emprendimientos que presentaba a la Junta. Sus adversarios estaban decididos a cobrar revancha y hacer fracasar su administración.

El miércoles último, algo cambió. La mayoría de los concejales colorados zacaristas se convirtió sorpresivamente en minoría y la hasta entonces minoría de concejales afines a Prieto creció en número, pasando a ser mayoría. El pintoresco concejal Celso Miranda fue electo nuevo presidente de la Junta y el edil del Partido Tekojoja, Herminio Corvalán, quedó como vice. Este viernes, la nueva mayoría empezó a aprobar las licitaciones de obras que habían quedado paralizadas.

¿Qué había pasado? Prieto decidió enterrar el hacha de guerra y negociar con Kelembu y la ex intendenta Perla de Cabral, a quien incluso había denunciado ante la Justicia por lesión de confianza. Algunos dicen que traicionó su ética y sus principios, vendiendo su alma al diablo. Otros creen que era la única salida para romper el bloqueo y el aislamiento, y que lo que en verdad importa son los buenos resultados para la ciudad.

La política es el arte de lo posible, dicen. Un hombre llamado Nicolás Maquiavelo debe estar sonriendo con buenas ganas en algún lugar. UH