Ser mejor depende de nuestra voluntad, de nadie más

No hay decisiones cuyas consecuencias resulten pequeñas. La más insignificante puede derivar en lo más extraordinario. Buscando ese resultado, Arquímedes pió una palanca. El deseo es síntoma de manifestación de la voluntad, eso inmaterial que termina siendo, por ejemplo,  un alunizaje, una represa como la de Itaipú, un teclado como el que administramos todos los días.

La decisión es la que sigue al deseo. El anhelo conduce a la intención y esta a la ejecución. Los estudiosos de la metafísica afirman que al principio todo es mentalismo. Es allí, en la mente, donde la idea arde y burbujea, ascua sagrada capaz de templarnos para grandes acciones.

El ideal, al cual el matemático griego llamó palanca, es el alfa y omega para la búsqueda y la concreción de las cosas, es la palanca capaz de mover este y otros mundos, internos y externos, materiales o inmateriales.

Para ser es necesario desear ser. La determinación de la voluntad en orden a un fin es la intención. Si se desea se procura concretarlo y para este propósito las nuevas ideas fluyen, convergen como lo que los médicos definen a los distintos impulsos sensoriales en una sola neurona, como en la actividad motora.

¿Cómo utilizar este principio para ser mejor? Capaz que la respuesta más acertada proponga que sea por la voluntad de comenzar a andar en pos de aquel objetivo en base a pequeñas actitudes que sumadas hacen la gran voluntad de alcanzar la meta. Pequeñas como levantarse más temprano, ahorrar las monedas, leer el primer capítulo del libro sobre autoayuda, dejar de lado deseos innecesarios, sacudirse de la ignorancia, etc., etc.

Cada decisión, por insignificantes en apariencias que sean, son palancas para la siguiente consecuencia, por eso Edward Lorenz, el meteorólogo norteamericano, dejó estampada su famosa frase: “el aleteo de una mariposa en Australia es capaz de desencadenar un tornado en Nueva York”. La más pequeña de las causas puede causar terremotos sociales, económicos, políticos, personales.

Las ideas son pértigas para alcanzar alturas, para llegar es necesario desearlas. Así, pues, todo está en la mente, es mentalismo puro, de donde la idea emergerá como la intención de germinar en la matriz deseada.