FRONTERA SUCIA Y SANGUINARIA

Sucia y sanguinaria
Por Cándido Figueredo

En los últimos días de octubre pasado el departamento del Amambay fue sacudido por una serie de asesinatos que marcaron un hito en su historial de asesinatos: doce personas acribilladas en ocho días.

Una vez más quedó claro lo que repetimos desde hace años hasta el hartazgo: la vida de un ser humano vale tan poco por estos lares que cualquier sicario estaría dispuesto a acabar con la vida de una persona a cambio de unos millones de guaraníes.

La mafia que opera en el Amambay ya no es la misma que antes operaba bajo las órdenes de un único padrino, quien decidía la vida o la muerte de una persona en esta frontera seca. Atrás quedaron los mafiosos locales, cuyas armas más poderosas eran las pistolas y las escopetas calibre doce.

Todo cambió hace unos quince años cuando uno de los más altos exponentes del tráfico de drogas de Río de Janeiro (Brasil), Fernando Da Costa, más conocido como Fernandinho Beira Mar, se refugió en el Amambay corriendo de la justicia brasileña que le pisaba los talones.

Da Costa llegó a la frontera y el “padrino” de aquel entonces, “prediciendo” las consecuencias, le bajó el pulgar para permanecer en Pedro Juan Caballero. Sin embargo, otro capo del narcotráfico de Capitán Bado acogió a Beira Mar, quien no perdió tiempo e instaló la primera base del Comando Vermelho en el Amambay.

Fernandinho en menos de dos años ya tenía un ejército de “soldados cariocas” a su disposición instalando su poder a base de sangre y fuego. Fue entonces cuando comenzó la decadencia de la mafia fronteriza, que era considerada como una de las más sanguinarias, pero totalmente superada y rebasada en el terror y violencia por el hampa carioca.

Con el lema de “plata o plomo”, los narcos brasileños fueron imponiendo su poder, monopolizando las miles de hectáreas de cultivos de marihuana y el corredor de la cocaína proveniente de Bolivia, Perú y Colombia.

Con el enorme poder económico, los narcos brasileños fueron comprando protección a tal punto de prostituir la frágil justicia y financiar campañas de políticos de la zona.

Esta prosperidad llamó la atención de otra banda criminal, el Primer Comando da Capital, más conocida por sus siglas PCC. La organización veía las enormes facilidades en la frontera paraguaya para traficar drogas y armas. Además de obtener impunidad.

El PCC no pensó dos veces para afincarse en la frontera trayendo su carga de criminales brasileños, que a base de torturas y sangrientos asesinatos hacían cumplir su reglas. Desde entonces el Amambay quedó como rehén de los narcos brasileños que convirtieron la zona en su campo de guerra por el monopolio del tráfico de drogas y armas.

Es así que en la actualidad los sicarios se dan el lujo de asesinar a plena luz del día, sin que nadie pueda detenerlos. La violencia extrema que experimenta el Amambay en las últimas semanas es una muestra clara de que las instituciones encargadas de brindar seguridad a los que habitamos en esta frontera, como la Policía Nacional, están rebasadas o en el peor de los casos compradas por los narcos.

Lastimosamente, estamos frente a una mafia sucia y sanguinaria que acalla de la peor forma posible a sus enemigos e, incluso, se da el lujo de amenazar a quienes denunciamos sus fechorías.

Hoy, sin duda, alguna podemos afirmar que los narcos brasileños se apoderaron del Amambay. Es más, ante tanta corrupción y decadencia moral que reinan entre nuestras autoridades nacionales, los tentáculos de la mafia brasileña están paulatinamente apoderándose de todo el país, sembrando terror, muerte e inseguridad.

Sí las instituciones del Estado no reaccionan a tiempo tomando medidas drásticas, tendremos en un futuro cercano hechos de violencia de grandes proporciones, con considerables pérdidas humanas, a causa de la inutilidad y la complicidad de nuestras autoridades.

Mientras esperamos que los encargados se sacudan y actúen, seguiremos por esta frontera contando nuestros muertos en un ambiente de zozobra, inseguridad y temor.
abc
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