El cuaderno de Levi

Mal inicio de semana para Levi Adriani Felicio. En la madrugada del pasado lunes 14 un comando de la Senad irrumpió en su exquisito departamento asunceno y le anunció que estaba preso. Habían atrapado a un jefe narco de bajo perfil, pero de enorme importancia en el abastecimiento y coordinación del tráfico de las principales facciones criminales de Río y São Paulo que actúan en el Paraguay.

Mientras terminaba de despertarse y entender lo que sucedía, el primer pensamiento de Levi habrá sido avisar a Candonga Gayoso, su leal mano derecha, que encontraría la forma de liberarlo de esta pesadilla. Era su hombre en Pedro Juan Caballero, el que intermediaba los pagos a policías y fiscales y le permitía adormecerse tranquilo en Villa Morra.

No podía saber que Candonga también estaba siendo apresado en un operativo simultáneo.

Fue la culminación de una investigación iniciada hace más de un año con la interceptación de las conversaciones telefónicas entre Levi y Candonga, en las que fueron anotándose los nombres de policías implicados en su red de protección. Es sorprendente que hayan podido llegar hasta el dormitorio de estos capos narcos sin que fueran advertidos por el ejército de amigos uniformados que tenían a su servicio.

También para ellos sería una mala semana. Es que Levi tenía un cuaderno en el que registraba el dinero que se destinaba a agentes de Investigaciones, Narcóticos, Homicidios, Automotores, Delitos Económicos, Interpol, y hasta la propia Senad, con montos que llegaban hasta 5.000 dólares. La lista de instituciones en las que había “asalariados” del narco era impresionante. Fue un regalo para los investigadores, quienes solo tuvieron que hacer un gratificante “une con flechas” entre los nombres escuchados y los cobros en las distintas dependencias.

Así fueron detenidos cinco comisarios, seis subcomisarios, cinco oficiales y tres suboficiales. Muchos de ellos fueron convocados para una supuesta reunión de trabajo a la que acudieron sin sospechar que asistían al fin de sus carreras profesionales. La imagen de los mismos esposados por sus propios camaradas era chocante por lo humillante, para ellos y la institución. Se habían convertido en guardias privados de los narcos. Vigilaban con patrulleros sus casas, avisaban cuando algún sicario había sido detenido por otros uniformados, negociaban su libertad y reclamaban a Candonga el atraso en los pagos convenidos. Hasta el escolta de uno de los fiscales antinarcóticos, Hugo Volpe, era un soplón con información de primera mano. Hay otra veintena de nombres aún no dados a conocer. Son cuarenta policías comprados por un solo jefe del tráfico del Amambay.

¿Se anima usted a imaginar una cifra aproximada para el total del país?

Hay que celebrar que queden agentes dispuestos a arriesgar su vida para apresarlos. Pero, ante este nivel de infiltración policial que permite la buena salud del narcotráfico, ¿no le parece desatinado que el Gobierno se preocupe por la infiltración del crimen organizado en los movimientos campesinos? No sé, suena a tontería. No le veo mucho rendimiento económico a esa inversión. UH – ALFREDO BOCCIA PAZ