El fulminante coloradismo de Peña

El fulminante coloradismo de Peña
Alfredo Boccia Paz – [email protected]
Cuando los convencionales colorados exigieron al presidente Cartes que se desprenda de sus ministros liberales, ocurrió uno de los episodios más sorpresivos y curiosos de este Gobierno. Mientras el del Interior, De Vargas, preparaba sus bártulos para marcharse a su casa, el de Hacienda se presentaba a la ANR para anunciar su afiliación a ese partido luego de dos décadas de antigüedad en el PLRA.
Cuando vi por televisión el momento en el que Cartes colgaba el pañuelo colorado del cuello de Peña, acudieron a mi mente dos reflexiones malévolas. La primera: Cartes manejaba los nudos de la pañoleta con una habilidad que hacía presumir una militancia republicana que venía de la infancia. La segunda: la colgaba en una región anatómica que Peña acababa de salvar.
Al firmar el libro de afiliaciones, el novísimo colorado pronunció algunas frases prosopopéyicas: “Quiero ser parte de esta historia”; “Siento que estoy volviendo a mis propios orígenes: el de Jaime Peña, cuyo nombre lleva la seccional colorada número 1”; “Gracias, presidente, por permitirme caminar a su lado”. Lo rodeaban Lilian Samaniego, Alliana, Afara, Zacarías Irún y otros personajes de la ANR que festejaban ruidosamente las palabras de Peña. Comentaban en tono risueño cosas como: “¡Qué rápido aprende!”; “¡Ya tiene discurso colorado y todo!”; “¡Pero este tipo es rapidísimo!”. Todos ellos eran candidatos presidenciales “in pectore”. Si hubieran sabido que seis meses después el probable elegido no sería ninguno de ellos, sino ese novato, no se hubieran reído.
En efecto, el ministro con cara de nene bueno es rapidísimo. Calculó hábilmente que si –de acuerdo a la histórica frase– “París bien vale una misa”, el Ministerio de Hacienda bien valía algunas puteadas y unos cuantos memes. Al fin y al cabo, siempre podría decir que estaba rectificando una confusión genealógica originada cuando la familia se dividió en dos ramas: la de Jaime Peña, que se hizo colorado, y la de Manuel Peña, que era liberal. Ya que ahora era colorado, ¿por qué no pensar más lejos? Era un técnico preparado, lindo pendejo, mentalmente ágil, con buena prensa y la aprobación entusiasta del presidente. Su antigüedad colorada era un poco corta, es cierto, pero ¿acaso Cartes no estaba en la misma situación?
Los periodistas y los medios afines a Cartes empezaron a poner su nombre en cartelera. Lo de la consulta a las bases era una previsible mentira. Y, de repente, la política colorada –o la paraguaya, que es casi lo mismo– se enfrenta a uno de sus periódicos nudos gordianos. El dedo filantrópico apunta, trémulo pero inexorable, a Peñita, como lo llaman a partir de ese momento los relegados. La interna colorada es mucho más rápida que la de los opositores. Pero en la de ahora hay excesos que producirán movidas inesperadas. Hay una sobredosis de “lo outsider” y la rapidez del joven Peña aturde hasta a los dirigentes acostumbrados a los cambios más vertiginosos.UH