Paraguay, droga y banana: Un valiente filme sobre la narcopolítica

CRÍTICA | Para entender el origen de lo que pasa con las guerras de narcos y sus nexos con la política local, hay que ver la película “Paraguay, droga y banana”, que desde este jueves se exhibe en las salas de cine del país. Un filme que no teme llamar narcotraficante a quien otros consideran el padre de la democracia, con una documentada exposición que acusa a la clase política de ser cómplice del gran flagelo criminal.
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Un operativo antidrogas de la Senad, imagen de la película Paraguay, droga y banana.

El comisario Salvador Ibarrola, quien detuvo al narcotraficante Ricord.

Una de las pistas clandestinas de narcotráfico retratadas en la película.
Por Andrés Colmán Gutiérrez | @andrescolman

Si la imagen que usted tiene de Juan Manuel “Piquito” Salinas es el de un periodista frívolo, autor de columnas de chismes y animador de programas televisivos de farándula, probablemente se va a sorprender.

El Salinas que se inaugura como realizador cinematográfico parece otro: un buen investigador periodístico que rastrea algunos de los temas más candentes y cruciales del panorama político y criminal en Paraguay, con mucha habilidad narrativa, audiovisual y solidez documental.

“¿Es el Paraguay una republiqueta bananera?”, se pregunta el filme en los primeros minutos, rescatando el rótulo que se da a los países con gobiernos corruptos, instituciones débiles y altamente dependientes de los intereses políticos y económicos de potencias extranjeras.

En busca de una respuesta, la narración desarrolla varios capítulos sobre varios temas relacionados al origen y al desarrollo de la narcopolítica, aportando enfoques nuevos y detalles originales.

Un primer caso es el del narco francés Auguste Joseph Ricord, quien abrió las primeras rutas de heroína de Europa al Paraguay y de aquí a Estados Unidos con la protección y complicidad de los altos jerarcas del stronismo.
ALTO PARANA DIGITAL.

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Quizás el momento más glorioso del filme es la entrevista con el comisario Salvador Ibarrola, quien halló y atrapó a Ricord en 1971, ante la presión ejercida por el Gobierno yanqui.

Con una personalidad que atrapa al espectador por su estilo campechano, el viejo policía regresa al ruinoso hotel Paris Niza, en Itá en Enramada, y –sin negar su adhesión al stronismo– relata con una pintoresca y brutal honestidad aquel incidente de película, retratando el alto grado de corrupción en que estaban metidos el propio Stroessner y varios de sus colaboradores, principalmente el general Andrés Rodríguez.

Los socios del narcotráfico

Una historia estremecedora que aparece en el filme es la de la célebre “pista Hernandarias”, un aeródromo construido –según las acusaciones– por el ex gobernador de Alto Paraná, Carlos Barreto Sarubbi, en sociedad con Andrés Rodríguez para convertirlo en el centro del contrabando y el narcotráfico en la región.

La viuda y los hijos de José Melgarejo, el dueño del terreno de 352 hectáreas donde se construyó la pista, ofrecen un testimonio desgarrador en la película, contando cómo asesinaron a José para quedarse con sus tierras, cuya propiedad hasta hoy reclaman sus herederos ante la Justicia, sin haber obtenido respuestas.

La cinta rescata también otras historias inquietantes que hasta ahora no fueron realmente investigadas, como la acusación directa que hace la abogada Gilda Burgstaller contra el general Andrés Rodríguez, asegurando que fue él quien ordenó poner una bomba en el avión DC6 de Aerolíneas Argentinas que partió de Asunción el 7 de septiembre de 1960 y explotó en el aire, causando la muerte de todos los pasajeros y tripulantes, entre ellos los padres de Gilda.

La tesis de la abogada es que Rodríguez (en un operativo similar al que ordenó el narco Pablo Escobar en Colombia, en un vuelo de Avianca) ordenó hacer explotar el avión en pleno vuelo para matar a un agente del FBI, Ladislao Solt, que viajaba llevando documentos comprometedores sobre su participación en el narcotráfico. La Justicia paraguaya cubrió el caso con un piadoso manto de silencio.

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Crímenes impunes y políticos cómplices

El asesinato del periodista Santiago Leguizamón, el caso Rosa Rodríguez, el asesinato del padre de Augusto Barreto, productor del programa televisivo El Ojo, son las otras historias intercaladas a lo largo del filme, para sostener la versión de que Rodríguez fue un gran narcotraficante en complicidad con personajes como Barreto Sarubbi, Fahd Yamil y Lino César Oviedo, entre otros, y que finalmente pactó con los yanquis para dar el golpe de Estado que derrocó a su consuegro, el dictador Alfredo Stroessner, dirigiendo el proceso de transición democrática a cambio de blanquear sus cuentas con la Justicia norteamericana.

A través del testimonio de protagonistas claves, como el ex juez de Amambay, Adalberto Fox, o la viuda del periodista Leguizamón, Ani Morra, la película se sostiene como un gran reportaje de investigación periodística, quizás demasiado extenso (dura 2 horas y 15 minutos), apelando a una gran cantidad material de archivo televisivo y hasta dibujos del historietista Kike Olmedo para ilustrar algunas secuencias con animaciones digitales muy básicas pero efectivas.

Aunque por momentos parece un producto más pensado para la televisión que para el cine, Paraguay, droga y banana es probablemente la obra audiovisual de cine político más contundente que ser realizó hasta ahora.

Su principal valor es la audacia y valentía de su realizador, al no temer en llamar narcotraficante al ex presidente Andrés Rodríguez, a quien muchos consideran un héroe civil o “el padre de la democracia”, y hacerlo además con una buena base documental, con testimonios creíbles, con un guión muy bien estructurado que da solidez y coherencia al relato.

Pero la película de Juan Manuel Salinas va más allá al acusar a toda la clase política de haber sido muy condescendiente –en realidad, cómplice– al aceptar que un general narcotraficante sea el primer presidente democrático del Paraguay, porque se estaban sentando las bases de un sistema narcopolítico que fue creciendo hasta la actualidad.

Hay un momento muy elocuente que rescata el filme, la sesión del Congreso Nacional en que se debate si el senador vitalicio Andrés Rodríguez debe ser desaforado o no para ser investigado ante las acusaciones de ser narcotraficante. Ver a rostros conocidos de la política –de entonces y de ahora– en fragmentos de sus discursos de defensa al “padre de la democracia” resulta patético. Por eso, el filme de Salinas es un documento que reaviva la memoria y que debe ser visto para entender muchas de las cosas que suceden actualmente.

PARAGUAY, DROGA Y BANANA. Documental periodístico. Paraguay, 2016. Escrito, producido y dirigido por Juan Manuel Salinas. Música: Derlis González. Voz en off: Jorge Ramos. Testimonios: Salvador Ibarrola, Adalberto Fox, Carlos Martini, Epifanio Méndez Vall, Gilda Burgstaller, Ana María Morra, entre otros. Salas: Cinemark, Itaú Hiperseis, Itaú del Sol, Cinemas Villamorra, Cines del Mall, Itaú Cerroalto, Real Cines, Itaú Pinedo, Cines del San Lorenzo Shopping, Art de Ciudad del Este, Cinemas Plaza de Ciudad del Este y Granados de Encarnación. Calificación: *** (Buena).UH

CASINO AMAMBAY
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