La gradual nicanorización de Cartes

Al promediar su mandato a algunos presidentes les ocurre algo raro. Empiezan a cambiar su manera natural de actuar, pierden la humildad y parecen percibir una realidad distinta a la que ve el resto del país. Se suele atribuir esta conducta a lo que llaman “la embriaguez del poder”, al aislamiento al que lo somete un entorno devoto y a un exceso de autoconfianza.
Esto le ocurrió a Nicanor allá por el 2010. De a poco hubo cambios, evidenciados en el tono de voz, en la fatuidad de los gestos y en la innecesaria virulencia del lenguaje. No había comenzado así su gobierno, pero el enorme poder partidario y nacional que acumuló produjo algún clic raro en su cerebro.
Estos mismos síntomas se empiezan a percibir en Cartes, también cerca de la mitad de su gestión. Cuando el presidente habla a la noche ya no tiene la misma entonación serena con la que comenzó a gobernar. Se observan rasgos de soberbia, de agresividad imprudente y de falta de moderación, que no eran tan comunes antes.
Hay, sin embargo, diferencias sustanciales entre ambos casos. Nicanor venía de una buena performance en sus dos primeros años de mandato. Había sacado al país del default económico e iniciado reformas financieras y administrativas que modernizaron al Estado en varios ámbitos. No es el caso de Cartes, cuya imagen se ha deteriorado significativamente a raíz de los pocos logros que puede mostrar su gobierno.
También hay diferencias en el nivel cultural de ambos presidentes. El de Nicanor se sustentaba en una sólida formación política y filosófica, lo que lo convertía en un buen polemista, pese a sus excesos arrogantes. Frente a él, Cartes nos recuerda a cada paso lo afirmado por el senador Galaverna cuando aseguró que Cartes nunca leyó un libro. Esa asimetría nos lleva a otra: Nicanor era un orador atractivo en castellano y guaraní, capaz de hilvanar con propiedad sus ideas. El discurso de Cartes –sin telepromter– es errático, deshilachado y, en ocasiones, cantinflesco.
Anoto una diferencia más: la elección del contrincante. Nicanor elegía pesos pesados que estaban a su altura, como los propietarios de medios. Cartes apunta sus dardos a un poco trascendente joven chileno que hasta hoy sigue sorprendido por la desmesurada relevancia que le asignó el presidente.
Esa burbuja térmica que aísla a los presidentes es como un virus. Algunos se defienden mejor que otros por su carácter y rasgos personales. Nicanor parecía tener mejores condiciones que las de Cartes para enfrentar la infección. Sin embargo, pese a las reiteradas advertencias sobre lo irracional de atacar simultáneamente a la prensa, a la Iglesia, al empresariado y a los opositores, persistió en una soberbia que hartó a los votantes y llevó a su partido a la derrota. ¿Será capaz Cartes de descubrir que debe volver a la senda de la humildad y la prudencia? Está a tiempo pero, ya se sabe, Dios ciega a los que quiere perder.UH
Por Alfredo Boccia Paz – [email protected]