Finanzas del periodo de ocupación aliada, posterior a la Triple Alianza

La ocupación aliada pos­terior a la Guerra de la Triple Alianza representó uno de los períodos más oscuros de la historia del Paraguay. Entre 1869 a 1876, propios y extraños se sirvieron del país. Hoy les dejo algo sobre los ma­nejos de quienes buscaban el poder a través de revo­luciones.
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HISTORIA
Fabián Chamorro
Promotor cultural
La ocupación aliada pos­terior a la Guerra de la Triple Alianza representó uno de los períodos más oscuros de la historia del Paraguay. Entre 1869 a 1876, propios y extraños se sirvieron del país. Hoy les dejo algo sobre los ma­nejos de quienes buscaban el poder a través de revo­luciones.
La primera intentona rebelde data de finales de 1871, y fue contra el pre­sidente Cirilo Antonio Ri­varola y su ministro Juan Bautista Gill, la que se llamó “Revolución de Ta­cuaral”. Sin embargo, Sal­vador Jovellanos fue quien tuvo que hacer frente a la mayoría de los levanta­mientos.
Es difícil colegir que ha­bía realmente altos obje­tivos a la hora de las aso­nadas. Las motivaciones de los dirigentes que las encabezaban eran com­plejas, todos hablaban de patriotismo, justicia, constitución, lucha con­tra la tiranía, incluso, de combatir a los corruptos, pero, por mucho que acu­saran al gobierno de va­ciar las arcas del Estado, aquellos más adelante de­mostrarían que no tenían intención de renunciar al premio de una revolución exitosa.
Un país que no podía ge­nerar rentas por la ocupa­ción brasilera, y que tenía que vender propiedades fiscales para sobrevivir, ahora también debía hacer frente a los “gastos” de las insurrecciones.
Alcanzados los objetivos políticos, la restitución económica era obligato­ria. El reembolso se hacía en función al “grado” de amistad con los financis­tas, y el manejo de dinero era discrecional, sin con­trol alguno.
Detrás de aquellas revo­luciones marchaba tanta corrupción como la que se combatía. Por ejemplo, en 1874, Cándido Bareiro escribía a un conocido co­merciarte argentino que “los 3.000 pesos que nos hizo dar por la casa de Corrientes están definiti­vamente reconocidos por el Gobierno, pero su pago se hace difícil por ahora. No obstante, Juan Bautista (Gill) me ha prometido pa­garlos a fines de este mes en efectivo”. Ese compro­miso se cubriría con dinero público.
Así también, se obser­va una ley del 30 de junio de 1873, que autorizaba al presidente Jovellanos “para que disponga del se­gundo empréstito nacional (empréstito de 1872), hasta la suma de 200.000 pesos fuertes, con el fin de hacer frente a los gastos que de­manda la pacificación del país”.
El Pacto de Febrero de 1874, que reconciliaba a los revolucionarios con Jovellanos a instancias del Brasil, reconocía “los gas­tos de guerra de la revolu­ción. Indemnización de los perjuicios causados a con­secuencia de la misma”. Eso implicaba pagar a los rebeldes por los gastos en que habían incurrido para combatir al gobierno.
No siempre aquellos prestamistas tenían suer­te, tenemos el caso de Gu­mersindo Coll, un urugua­yo que tuvo la mala idea de financiar a Gill: “General (Germán Serrano): hace 13 meses que Usted y algunos de sus compatriotas fue­ron a pedir mi contingen­te para la revolución que debía cambiar convenien­temente las condiciones sociales y políticas de su patria.
Abrí mi bolsillo y puse a disposición de ustedes todo lo que en ese mo­mento tenía disponible, agregando que sentía no tener más para yo solo haber costeado todos los gastos de la revolución. Mucho he hecho después de marzo para obtener la devolución de lo que me pertenece, y todos mis esfuerzos han sido inúti­les”. Don Gumersindo en­contraría la muerte antes de ver un solo peso de lo prestado a Gill.
Y eso no es todo, en vista que los caudillos buscaban el exilio para gestionar sus planes subversivos, el pau­pérrimo Paraguay debía pagar las cuentas privadas dejadas en el país por los mismos. Nuevamente Ba­reiro reclamaría por daños sufridos durante la revo­lución por el abandono de una de sus propiedades. La lista enviada al Tesoro Nacional incluía: ganado (bovino, ovino y equino), maíz, poroto, almidón, ta­baco, herramientas y útiles de agricultura, carretas y otros efectos.
La idea de aquellos levan­tamientos era la de crear simplemente una situación nueva, no importaba el Paraguay y su reconstruc­ción, había que eliminar al que tenía hegemonía, ver que provecho se sacaba, y volver a las trincheras para empezar todo nuevamen­te. Así, en un verdadero circulo vicioso, se fueron perdiendo hombres y fon­dos que pudieron ser de mucha utilidad para la re­cuperación del país. Todo con la aprobación, e inclu­so apoyo de los aliados.
Los caudillos, dueños de nuestras desgracias desde hace siglo y medio.