China vuelve al libre comercio, halla un amigo en Trump

No asuma que China es lo que era.

Ese es sin duda el mensaje que el primer ministro Li Keqiang pretende transmitir con su promesa el martes de reducir los aranceles a las importaciones. Casi al mismo tiempo, Bloomberg News informaba que la administración Trump impondrá aranceles para hasta US$60.000 millones en productos chinos a partir ya de esta semana. ¿Intercambiaron papeles el mayor proteccionista del mundo y su principal defensor del libre comercio? No sería tan sorprendente si lo hicieran.

Estados Unidos fue un ferviente proteccionista durante la mayor parte del siglo XIX y no se convenció realmente nunca de la idea del libre comercio hasta la década de los cuarenta, cuando la conferencia de Bretton Woods sentó las bases de la economía mundial de la posguerra. Habiendo levantado barreras para fortalecer su poderío industrial, el país retrocedió solo cuando los albores de la era de los consumidores las convirtieron más en un obstáculo que en una ayuda.

Esa historia sigue de cerca la forma en que China percibe su cambiante destino económico. La abolición de los límites a la cantidad de mandatos del presidente Xi Jinping se está analizando como una oportunidad para completar el cambio desde la actividad industrial hacia el consumo masivo, que se inició y luego se abortó durante su primer mandato.

La República Popular China ya se ha convertido en el mayor exportador y fabricante del mundo, y en la mayor economía en términos de paridad de poder adquisitivo. Es probable que supere a EE.UU. incluso en términos nominales cerca de cuando Xi complete un tercer periodo. En noviembre, el Ministerio de Comercio del país realizará su primera exposición internacional de importación en una apuesta por presentar el país a los socios comerciales, no como un lugar para las líneas de producción, sino como un gran grupo de consumidores al cual apuntar.

Al mismo tiempo, sería ingenuo suponer que Pekín no seguirá el ejemplo, al menos en parte. Como ha argumentado Gadfly, la respuesta más sofisticada a las medidas anti libre comercio del presidente Donald Trump podría ser no hacer nada, incluso con un producto como el poroto de soja, donde China puede tener cierto apalancamiento.

Las barreras arancelarias formales de China, ya son algunas de las más bajas en las economías líderes del Grupo de los 20, y varias industrias con protección prolongada, incluidos los servicios financieros y las empresas conjuntas del sector automotor, están en una senda glacial hacia la reforma.

Otras áreas contenciosas, como las transferencias de tecnología, probablemente se utilizarán menos a medida que el propio gasto en investigación y desarrollo de China supere al de muchas naciones desarrolladas.

Eso aún dejará partes de la economía cerradas al mundo exterior de una manera que contravendrá los intentos de Li de presentar al Gobierno de China como un país que abraza de nuevo el libre comercio.

No hay indicios de que Pekín esté más cerca de abrir su sector tecnológico a la competencia extranjera ni mucho menos sectores como el de medios de comunicación que chocan con sus restricciones a la libertad de expresión. Es difícil creer que China vaya a permitir que el estado de derecho prevalezca en las disputas entre los héroes locales y los rivales del extranjero, o que vaya a dejar de inclinar la balanza a favor de las empresas estatales y bien conectadas.

Aun así, ese no es el objetivo principal. El juego a largo plazo es el que el propio Xi delineó en el congreso nacional del Partido Comunista el año pasado: que China debe alcanzar el liderazgo mundial para 2050. Separar la alianza transatlántica al situarse como el defensor del orden global contra unos EE.UU. cada vez más aislacionista se ajusta perfectamente a esa agenda. Que Washington ahora vaya a ayudar en esta reforma debe contar como un bono inesperado.

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